Decenas de miles de años antes de nuestra era, diversas culturas tanto de oriente como occidente tuvieron en el sol a su divinidad porque percibían que con su aparecer cada mañana se alejaba la gélida oscuridad, recibían luz y calor, podían defenderse de los depredadores, trasladarse, recolectar, cazar, y vieron germinar sus siembras. En los hemisferios sur y norte, los ciclos estacionales demostraban con su rigor invernal la influencia definitiva del sol en la vida humana y poco a poco el astro fue entendido como un dador de vitalidad y motor de la vida.
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