Decidir respecto del futuro del compromiso de pareja y/o matrimonio, no es tarea sencilla. Cada quien tiene muy claras las posibilidades a futuro, se da cuenta de la potencia opresiva de una cultura que ha idealizado como una formalidad perpetua al matrimonio, blindándolo con una armadura moral-religiosa incuestionable, pero cuando la insatisfacción ha colonizado la mente y el sentimiento de la persona; es cuando todas las voces callan, las compañías se desvanecen y llega el momento de decidir, resolviéndolo en la más profunda soledad.
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A priori, las separaciones son menos crueles en las parejas cuyo compromiso no fue de tipo conyugal que en aquellas que los contrayentes pusieron en la mesa todas las fichas, apostando a un proyecto romántico de vida en el cual iban a trascender de su singularidad a fundar una familia y prolongar su descendencia. Trayecto en el cual hubieron de invertir su tiempo vital y dinero para fomentar un patrimonio.
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