Tras la inexorable fecha convenida de cierre de un año, aparecen nuevamente los cálidos encuentros, la confirmación de compromisos y los rituales conjugan mágicamente pasado y futuro. Son días en los cuales la dualidad humana yuxtapone fiesta y quietud, derroche y carencia, compañía y soledad y una larga serie de binarismos que son la esencia que dinamiza la vida y fuente también de sentimientos diversos.
La retrospectiva coloquial cuando el año se agota da relieve a aquellas experiencias significativas sean de tristeza o alegría y de ese sentir brota la esperanza de cambio hacia días mejores o de perdurabilidad de lo que nos fue agradable. La escasez, el fin inminente y la ausencia de algo o alguien, agitan la inseguridad y del miedo de las personas surge la esperanza de un cambio posible en las circunstancias cotidianas.
La esperanza, es la idea y ánimo favorable de que pronto se va a hacer realidad algo que se desea. Es una virtud teologal para de los creyentes cristianos, un sedante para el sufrimiento de los desconsolados y es la carnada de la que se valen de los mercaderes de la felicidad inmediata para aprovecharse de quienes vienen en constante angustia.
Existe una esperanza siempre pasiva que está en la común entrega a los designios del destino, renunciando a luchar por alcanzar días mejores. Por ese carácter pasivo, la esperanza es rechazada por los racionalistas y en la antigüedad era despreciada por los estoicos y hasta considerada un mal, porque surge de no valorar lo que se tiene, de no disfrutar y hallar placer en las cosas que se ha logrado más allá de que sean justos o no.
La esperanza no es ambición, pues esta es acción incesante. Tampoco es Fe, porque siempre tendrá ese halo de incerteza que se anhela, sea llenado por al azar o la providencia.
Por lo común invocar a la esperanza es resignarse a que existen agentes externos como la suerte, el destino o cualquier poder que van a determinar lo que suceda en la vida de alguien. Sin embargo, el valor de la esperanza viene cuando esta emana del control interno, de saber valorar y utilizar adecuadamente las herramientas de la mente y el espíritu para ir tras una meta, viene de forjar un adecuado sentido de autosuficiencia, confianza en sí mismo y sobre todo de libertad para pensar.
La esperanza es proactiva cuando deriva, en saber medir las expectativas y prever lo factible debido al conocimiento y la experiencia. En este sentido, la esperanza tampoco es una quimera ya que se aspira a logros relativos a las verdaderas posibilidades.
El inicio del año lleva a brindar por la esperanza del intimo compromiso por seguir buscando cada una/o su felicidad, la vida nos da lo que necesitamos, con sabiduría de aceptar lo que es…