El consentimiento en la relación de pareja implica el acuerdo voluntario de los dos sobre algo específico, también es el acto individual de adherirse a la otra voluntad. De una u otra forma los que consienten, se supone que lo hacen desde su libre albedrío que es la libertad de tomar las propias decisiones.
El consentimiento es un asunto importante en la consulta psicológica ya que consentir en libertad es para casi todas las mujeres un derecho que no se goza en totalidad incluso para algunas una utopía. El consentir bajo coacción es expresión de la desigualdad en los poderes asignados a mujeres y a hombres, así existan formas culturales repetitivas y comunes, son causa del ensombrecimiento emocional que tiñe las rutinas, las expresiones en público o en casa, y es que al tejer una biografía femenina vamos enhebrando momentos de nuestras historias, banales o importantes, en los cuales otros decidieron por nosotras.
Nadie nos consultó acerca de la aceptación de la primera marca que se imprime en nuestros cuerpos, pero a las pocas horas de vida nos perforaron las orejas para signarnos como mujeres siendo el hito que marca el ingreso al sendero de nuestras normativas diferenciadas de las de los hombres no solo en lo formal sino en lo valorativo social, por eso, al enseñarnos que los aretes son un adorno, introdujeron en la cabeza que nuestros cuerpos necesitan ser mejorados con artificios y aprendimos una larga lista de estrategias para “arreglarnos”.
La normatividad que está definiendo nuestra feminidad es la manifestación de un sistema de poder que nos explota con nuestro consentimiento, nos ha transformado en sujetos de permanente conformidad y aquiescencia. Niñas, adolescentes y adultas consentimos desde los esquemas mentales que tenemos para percibir, reflexionar la realidad, y decimos si, aun sabiendo que ese sí que acepta la voluntad de otro, significa nuestro menoscabo. Sobre el continuo evolutivo de la mujer hay siempre hombres tomando por ella las decisiones, papá, hermanos, novios, esposos, amantes y a falta de estos, el Estado y los hombres de las religiones, trazan el perímetro legal y moral dentro del cual consentimos incluso lo que suceda con nuestros úteros.
El consentimiento más allá de lo psicológico también es un tema de filosofía y las leyes, porque mucho del devenir de la especie y la civilización tiene que ver con el sexo, ahí es justamente dónde más se agrede la libertad de la mujer: las mujeres consienten matrimonios siendo niñas, la mutilación de sus clítoris en la pubertad, la permanente aquiescencia sexual en el matrimonio, la maternidad, los roles sociales e igualmente consienten ser puestas en alquiler como las putas, las actrices porno o las madres subrogantes.
¿Tienen las mujeres libertad para tomar sus propias decisiones y llegar acuerdos con sus parejas o adherirse a lo que él decidió? La respuesta evidente es que no y no lo tendrán mientras no se modifique el sistema de dominación de ellas y se revise toda la pauta moral-legal que vicia el libre albedrío.
¿El consentir por necesidad o por cualquier tipo de presión causa daño? Si, y mucho porque nos obliga a una bilocación emocional, nos hace “disfrutar” de lo que no estuvimos de acuerdo desde un inicio como puede ser la maternidad y la práctica de la sexualidad, consentir sin libertad nos aliena, mutila nuestros sueños, lastra nuestras alas.
En cada experiencia que afrontamos, en cada discurso, en lo patente y en lo simbólico de todos los ámbitos de la cotidianidad debemos estar atentas para descubrir donde se ocultan los condicionantes inconscientes que nos llevan a consentir por costumbre, por deber e incluso por compasión. Tenemos que trabajar en nuestra esfera mental – espiritual para que llegado el día tomemos decisiones con conocimiento, libertad, y si de nuestros cuerpos se trata, consintamos desde el deseo y la satisfacción del placer.