RELACIÓN LIQUEN

En los ambientes más inhóspitos y en las tibias latitudes, siempre verdes, lozanos, en permanente crecimiento, aunque el clima sea tórrido y se agiten ráfagas heladas por las noches, están los líquenes; una especie vegetal que vive sobre una piedra o un tronco seco. Deben su vitalidad a que son organismos capaces de producir sus nutrientes aprovechando la luz solar y las partículas suspendidas en el aire. Si están adheridas a la piedra es solo azar, por tener fijeza, pues aporte de ésta, no reciben. 

Hay relaciones “amorosas” que se ven robustas-vitales, y sus protagonistas incluso las sienten como el espacio gratificante que han estado esperando, cuando en verdad son tratos como el del liquen con su piedra, que se prolongan en el tiempo y viven en una realidad particular en la cual la creencia de estar generando el amor ideal por un lado y una protección, por el otro, los alienta a seguir en esa pseudo correspondencia. 

La equidad es un factor importante que permite mantener la relación amorosa: lo que cada uno obtiene de la relación debe ser correspondiente o proporcional a lo que cada quien pone, no es una mera contabilidad afectiva, pero es una regla a seguir para que la relación permanezca sana; no son ganancias materiales específicamente, sino de alimentos espirituales que se dan a través de la palabra, la actitud, las acciones.

Ninguna relación prospera cuando la individualidad del uno impide ver al otro, no necesariamente se trata de esperar que éste pida o reclame, sino de prestar más atención a sus necesidades reactivando la capacidad de intuición afectiva de los primeros momentos de fascinación en el enamoramiento. Lamentable es estar en una relación de pareja, en la que uno de los dos jamás pospone su interés personal y asume que el silencio del otro es manifestación de la total conformidad y no un signo del desencanto, creciente decepción que va socavando las bases del amor. 

La suma de desatenciones, olvidos, postergaciones, pronto pulverizan la atracción que impulsa a estar junto al otro, el compromiso se desmorona con los golpes de inequidad y la intimidad deja de ser placentera tornándose en un espacio de aire enrarecido en el cual es muy difícil permanecer.

De inicio nadie escoge ser liquen en una relación, pero ser piedra está en el modo de ser de muchxs y sin embargo es tan común llegar a esta condición de simbiosis absurda en la cual la piedra solo luce la belleza del liquen y este en cambio se adhiere perseverante, prodigándole verdor de vida a su áspera superficie. La gran resistencia del liquen a las condiciones más adversas y la dureza de la piedra, les mantiene lejos de la posibilidad de la muerte y esta falsa sensación de eternidad anula la capacidad de luchar y generar cambios.

La mujer o el hombre liquen saben que el apego a su piedra no les nutre y más bien les está consumiendo, pero el temor a ser barridos por el viento les hace aferrarse a la roca.

Miedo y dependencia son dos factores que, con sus raíces culturales, paralizan a las personas, sin embargo, en estas relaciones en las que el impulso de vitalidad del uno contrasta con la sequedad y aspereza del otro es posible pensar que están también implicados los narcisismos del liquen y de la piedra: el uno con la idea de sacrificio y la fantasía de estar cumpliendo con un amor memorable y el otro, el orgullo de estar siempre sosteniendo. Ambos se asumen héroes en la existencia del otro, en ambos subyace la vanidad que al final les enredará sin remedio, en el laberinto de dudas y soledad.

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