QUID PRO CUO

“Yo te cuento cosas, tú me cuentas cosas” es la condición ineludible que el famoso psiquiatra encarcelado impone a la agente del FBI en la fantástica película El silencio de los corderos, y no se trataba solo de la necesidad del personaje de hablar con alguien, sino de penetrar en el ámbito íntimo de ella para asegurarse una posición de poder ante la angustiosa búsqueda de ella, que está sola, afrontando una misión que sabe es determinante para su carrera. Soledad y autoconciencia, son las dos vivencias psicológicas que reúnen en diálogo a los dos personajes.

De la fantasía cinematográfica al mundo real no hay mucha distancia en cuanto a los rasgos humanos y el juego quid pro cuo siempre se activa en el trato interpersonal, a través de este hacemos autorrevelaciones y recibimos las de la otra persona, es uno de los mecanismos que nos permite acercarnos y simpatizar. Se intercambia información siguiendo una norma de proporcionalidad directa al interés emocional en el otro: a mayor interés, más personales serán nuestras revelaciones.

Ser elegida para una revelación es gratificante, nos agrada la persona que abre su corazón y algo nos impulsa a sincerarnos también, haciendo las revelaciones correspondientes. Es un buen paso para construir relaciones profundas, sin embargo, hay que ser cautas porque en momentos de tensión emocional estamos más inclinadas a hacer autorrevelaciones íntimas a cambio de superficialidad, o de un ilusorio compromiso con otra persona, que quizá carece de empatía o solo está animado por su apetencia voyeur.      

La asimétrica relación de poder entre mujeres y hombres es uno de los contextos en que se participa intercambiando informaciones personales, y si de gustar al otro va el diálogo, los riesgos aumentan, vienen mentiras a cambio de verdades, se transmite experiencias significativas y se recibe bisutería emocional, se estructura una relación donde alternan una presentación autoconciente con una persona ficticia. En el momento en que la transparencia está subsumida a la intención de agradar, seducir o de una vez controlar al otro, el manejo de la imagen es estratégico y se articula un discurso destinando a censurar lo que se va proyectar. Es –ni más ni menos– una operación de márquetin donde se maneja la impresión que se causa o se lanza la carnada que esconde el anzuelo.    

Algo por algo, doy para que des, correspondencia franca y leal, son claves de una relación igualitaria en que la autoconciencia libre de prejuicios sobre nosotras mismas, nos permite presentarnos espontáneas, disminuyendo la atención y el control acerca de la apariencia personal, el problema está en cómo saber quién es en verdad el interlocutor y cuanto de éste será real y consistente a lo largo del tiempo. En las relaciones de pareja fracturadas por el desamor justamente las armas más punzantes que se esgrimen, son las revelaciones que en un pasado de armonía se creían necesarias para acercarse, pero que siendo memoria se han transformado en mente y se vuelven contra nosotras. El vaciado de la intimidad de una mujer como ofrenda en el altar del amor de pareja, por lo general solo desatan la ira de los dioses de los celos y la posesión.

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