MIEDO Y ODIO SON ANDROREACCIÓN

Dado que los saberes acerca de la mente y el alma remontan miles de años antes de nuestra era, no es extraño que la mujer aparezca desdibujada, descrita en forma arbitraria y hasta caricaturesca, frente al modelo masculino, visto y aceptado hasta hoy día, como prototipo humano, quienes fueron por astucia o por fuerza, los que capitalizaron el poder con el animismo, con las teogonías que anteceden a las religiones, incluso en el esoterismo. 

Todas esas sociedades de pensamiento tenían una naturaleza excluyente y masculina, sus reflexiones para el entendimiento de la naturaleza, la construcción moral empezaba y terminaba en el hombre. En el pensamiento de Platón las mujeres eran las naturalmente apropiadas para las tareas de cuidado de la prole, para velar por los ancianos y las faenas del hogar y aunque el pensador postuló que la mujer podría ocupar igual que un varón, cualquier cargo en el Estado, la realidad es que la mujer solo existía políticamente a través de un hombre. Aristóteles pensaba que cada sexo en la sociedad, tiene funciones específicas a partir de su propia naturaleza así, la mujer es un ser reproductor y el hombre un productor-administrador.

Durante la edad media fue trágica la situación de la mujer, el posterior siglo de las luces anunciaba a la razón y a la ciencia como básicas para construir un nuevo mundo, pero en la misma revolución francesa se ratifica que las mujeres no teníamos lugar y rodaba la cabeza de Olympia por haber proclamado los derechos de la mujer y la ciudadana. En adelante, los siglos XIX y XX y en lo que corre del actual, aún tenemos una sociedad teñida de esa misoginia que explica el por qué desde niñas nos resulta más difícil alcanzar las cosas que logran los varones y por qué cuando hicimos o hacemos cosas placenteras en libertad, hemos sido arrinconadas por la vergüenza, la culpa que están enquistadas en nuestra subjetividad como un mecanismo vigilante de la moral masculina que nos señala con el dedo acusador. 

A lo largo de la historia las mujeres hemos resistido y enfrentado la violencia de la cultura masculina, nos hemos organizado y nos hemos activado en militancias que buscan poner fin al patriarcalismo (no acabar con los hombres)  y es claro que la androreacción del poder patriarcal, inobjetablemente tiene que ver con el menor valor que ellos atribuyen a nuestro sexo, actitud que además encubre el miedo secular que nos tienen. El desdén, el rechazo, la burla a lo femenino es misoginia, el miedo soterrado del que hablamos en este momento es la ginecofobia y la realidad de este binomio temor-hostilidad no puede ser negada, el miedo es emocional y subyace en todas las ideas que explican nuestra “inferioridad”. 

Hemos sido tan cosificadas y reducidas al servicio,  a mera fuente de placer masculino que, tal cual como un objeto ¿debemos estar bajo propiedad? y por eso pretenden los hombres y sus instituciones patriarcales,  poner sus reglas sobre nuestra sexualidad, por eso nos vigilan, nos celan, nos golpean y nos matan, ¿cabe otra respuesta? ¿será que las certezas masculinas respecto de las características limitadas su sexualidad frente a la mayor posibilidad de la muestra para vivir el placer, tiene que ver con las ideas que las mujeres somos peligrosas, volubles, manipuladoras y representamos la seducción que condena al varón? hay tantas preguntas que debemos hacernos y tenemos que estar atentas a todas las reacciones del patriarcado sean frontales como la violencia en la pareja o sutiles como la sugestión de nuevas espiritualidades contemplativas que nos convocan a la quietud y desprendimiento para tener paz interior; vulgares como cuando nos llaman feminazis o intelectualizadas, a través de las teorías que niegan el problema de la discriminación por el sexo y lo mezclan con otras militancias de minorías. 

La misoginia es una actitud y una predisposición para pensar-sentir a la mujer y a lo instituido como femenino, en términos de desigualdad respecto del varón y lo masculino, es producto de un aprendizaje, por tanto, susceptible de modificación, cambio que demanda nuestra participación para ir desactivando una serie de creencias que incluso las mismas mujeres las hemos interiorizado. 

Para deshacer esta realidad y destino, ¿qué van hacer ustedes, hombres que dicen que nos aman y han comprometido su vida con nosotras? ¿qué van hacer por ustedes hombres que están auto excluidos de las “cosas de mujeres”, que van hacer por sus hijos y nietos? nosotras, si sabemos lo que tenemos que hacer ante esta realidad inexorable que nos atrapó y se cierne como una red siniestra sobre nuestras hijas y nietas, vamos a persistir en la resistencia al poder patriarcal y su misoginia, vamos a construir una moral y una praxis política de igualdad que nos permita unas relaciones equitativas y espacios análogos a los de los varones para estar en el mundo.

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