Relación simbiótica desde la biología es cuando dos organismos de especie distinta están juntos por un largo tiempo, a veces por la vida entera, se protegen mutuamente y hasta es posible que coevolucionen. En sociología simbiosis es colectivismo y solidaridad que no pudo ser minada por el individualismo; en psicología, es el nominal de una relación de pareja donde el apego extremo y la dependencia los fusionan; tanto que terminan anulándose ambos en una vivencia delirante de amor que supera al mito quimérico del “alma gemela”, en oposición con el burlesco romántico de la “media naranja”.
En estos tiempos de posmodernidad, donde el sentir es más importante que el pensar, y más aun cuando la relación de pareja tiene una duración atada a la rentabilidad material o emocional desde la inmediatez; florecen relaciones que discurren en una simbiosis caracterizada por el interés particular y por el silencio que ambos guardan respecto de eso, sea para no fastidiarse, o no romper “el encanto” de lo que viven. Este silencio no es conformidad, porque la normatividad que los rige no es común, ambos saben que no son recíprocamente honestos y que se están vendiendo y comprando uno al otro, pero asumen que hacerlo es un sacrificio necesario para obtener lo que buscan. Tampoco es dependencia ni apego, solo es la estrategia de estar siempre presente inundando la mente del otro, intercambiando beneficios, pero jamás empujando crecimientos mutuos, ni cultivando sentimientos nobles.
La característica de estar en relaciones simbióticas interesadas es la falta de un vínculo real con el otro. Dice el filósofo Byung Chul Han, es una relación carente de alteridad en la cual el otro no existe como persona sino como objeto de consumo. Es una pareja en la cual dos narcisismos estarán juntos hasta que llegue el agotamiento de sus recursos.
Una representación de estas relaciones simbióticas interesadas se presenta cuando existe una asimetría de poder, tiene más, ya sea por su atractivo, estatus-carisma, y mantiene al débil enganchado gratificándolo con dosis calculadas e incesantes de coqueteo, erotismo y sexo.
En esta simbiosis interesada la o el débil, sabe que está dentro de un sistema de explotación, pero se pasa en silencio porque “gana” el placer de ser pareja de “tan hermosa persona” y es factible además que las emociones generadas por las dosis de erotismo-sexo que recibe le lleven a enamorarse como si fuera un síndrome de Estocolmo en libertad. En este caso, ese enamoramiento displásico, es el origen de esas idealizaciones ciegas en las que se esgrime todo un arenal de argumentos racionalizados para quedarse en esta relación.
La desigualdad de los intercambios en una relación de pareja eventualmente desenmascara al avaro afectivo, corrompe el vínculo y termina matando el amor. Es un postulado clásico que al parecer ya no explica las relaciones interesadas que, creyéndolas pragmáticas y liberadas de toda dependencia, no son más que consumo capitalista, narcisista y carente de empatía.
El callejón sin salida.