Aun cuando el telón de fondo es el mismo, cada historia de ruptura amorosa es singular, se razona y cada persona se hace cargo. El pragmatismo de quienes dan valor al tiempo y dinero “perdidos con esa persona” está presente en las narrativas más frecuentes; el dolor es lo insoportable en quienes demandan ayuda para lograr sobrevivir, y en algunos más, la amargura es lo que predomina. Pero en todos y todas queda resonando en la densidad de los siguientes días, la memoria de unos gestos que laceran la piel, las palabras filosas que se clavan en el corazón y las miradas duras que trizan los huesos, propias de la performática cultural de la separación, áspera, en la que se arreglan las cuentas y señalan responsabilidades.
La parte fáctica de la ruptura son las posiciones opuestas que se toman: alguien que se va y alguien que es dejado. Las perspectivas están cargadas de una simbolización universal que se traduce exactamente en el poder de quien se va. En quien es dejado en cambio, hay un torbellino de significados relativos a la pérdida, derrota, abandono, hundimiento, destrucción, desolación y quizá un cóctel donde se agitan culpas, vergüenzas, ingenuidades y sensaciones de ridículo.
El poder en las rupturas, permite alejarse a paso rápido sin volver la mirada, lleva al desdén de los recuerdos íntimos de la relación que muere y a la arrogancia ante el ruego o las insistencias de un “volvamos”.
El haber salido con poder de una ruptura amorosa facilita una nueva relación con potenciales experiencias gratificantes, en tanto que el abandono muchas veces conduce solamente a un siguiente emparejamiento de refugio en el cual la pasión y sobre todo el cuidado del otro, que son junto al apego los insumos básicos del amor de pareja, serán estrictamente dosificados hasta recuperar la seguridad de saber en qué terreno se recorre.
Lo sustancial en toda ruptura de pareja es el desamor. En unos casos, el desamor llega tras el agotamiento del poder generador de bienestar y compromiso que el amor tuvo un día, y en otros, el amor ha sido enervado por la decepción. Sin embargo, en los discursos y debates agónicos de los que se separan, por lo general no se habla del desamor y se opta por argumentar que la calentura estuvo en las sábanas. Se abunda eso sí, en los “tú siempre” y en los “yo nunca” que nos desgastaron el ideal romántico, operan con inmediatez las memorias selectivas y los sesgos de atribución, minimizamos la autocrítica de lo que de nosotras o nosotros habla mal y exaltamos lo que favorece a nuestra postura porque pudimos haber sido parte, con intención o no, de una profecía de autocumplimientio de fracaso romántico.
Hay rupturas graves y radicales, otros apuestan por una nueva oportunidad, la mayoría por el alejamiento total, pero hay un segmento de quebranto que optan por tener un pie en la puerta y se quedan a tratar de ser lo que ya jamás volverá. Permanecen porque su proceso de desprendimiento no funciona, porque el apego, la pasión y el deseo son más fuertes que su razón y no hallan más alternativa que quedarse hasta ver si opera el milagro y los buenos tiempos regresan, no pueden aun asumir que ya no tiene lugar el sueño de compartir una cotidianidad libre, dedicada al cuidado mutuo.
Procesar la pérdida, permitirse vivir las sensaciones, desintoxicarse sentimentalmente son los primeros pasos, para continuar a la siguiente etapa de la vida. Perder el miedo a la soledad refuerza para que la magia de este presente se enfoque en sí mismo/a.
Reencuéntrate, reinvéntate, elige una fuente de apoyo y bienestar, agradece por todo lo que tienes en la vida… y por lo aprendido… mira todo lo que está ahí…