Es la alegre declaración de una mujer que causa más de un desengaño, en las personas que han estado al corriente de los sinsabores de su relación de pareja, en la que el desamor, engaño, la deslealtad, mentira, manipulación, el utilitarismo y hasta la violencia física han sido las vivencias repetitivas. No es el mismo efecto, cuando es el hombre quien se manifiesta en este sentido, porque el contexto de esa “voluntad” es supra personal al ser mujer u hombre.
El compromiso de ser pareja se elabora en el marco de la cultura y tiene una dimensión social y otra personal que no son sincrónicas ni equivalentes, pues mujeres y hombres tienden a conservar los emparejamientos por distintos motivos, sean pareja a la luz pública y bendecidas por la moral o parejas clandestinas.
Tras una ruptura, se infiere que la decisión mira, más a la gota que derramó el vaso y no al caudal que la precedió y parecería lógico que se resuelva por el ímpetu que da la ira, cuando en verdad la decisión debería estar atada a un examen detenido de quienes han sido como pareja y cómo llegaron al punto de saturación y agotamiento para decir: ya no más.
Los fundamentos del decreto de volver, son más abundantes y significativos para la mujer pues en el marco de su feminidad construida ad hoc en el patriarcado, ella no deja de pensar en lo que hizo, en la “gota” que colmó la copa de la paciencia masculina (sus salidas, el chat con un amigo o con un ex, el encuentro, el flirteo, etc.) o incluso, paradójicamente repasa los argumentos del hombre para llegar a la separación y tiene la tendencia a atribuirse la culpa del alejamiento o el abandono del que fue objeto. Ella está convencida de su falta y le cae encima todo el peso del andamiaje de la construcción de la moral machista donde se articulan los estereotipos y normas de conducta a los que ella debía ajustarse para mantener la pareja y que los incumplió.
Seguido de la culpa, se suman la vergüenza y el miedo: la vergüenza porque toda mujer es sujeto de la observación crítica de la familia y de las amistades que elaborarán sus juicios de valor respecto de lo sucedido en la pareja y ya sabemos que el saldo en rojo siempre está en la cuenta de la mujer, y el miedo, que es pánico a la individualidad, a la autonomía, es miedo a la soledad, a no tener un apego afectivo, porque nos han enseñado que la mujer es incompleta (media naranja) y que sólo es única y exclusivamente, a través del emparejamiento y la maternidad.
En muchas ocasiones estando emocionalmente en vilo, la mujer desoye las voces que le dicen que está corriendo peligro, incluso deja de atender a esa sensación interna que le susurra que algo no está bien y ella tiende a racionalizar todo lo que ha sucedido, minimiza los daños, niega sus heridas y acepta la propuesta de regresar. En resumen, la mujer se disocia y le apuesta a esa receta antigua de que sea inteligente, paciente, estratégica, abnegada y hasta sacrificada para sobrellevar las crisis.
El peligro de las separaciones y regresos, radica en que la mujer banaliza los hechos desencadenantes restándoles significado-valor y al mismo tiempo su mente se enfoca sólo en esos actos y no en los procesos que los determinaron, es como si la mujer únicamente estuviera atendiendo a la bofetada, al insulto, al desplante y dejara de entender la manifestación latente de toda una actitud compleja de discriminación, de maltrato, de menosprecio de la cual ella ha sido víctima.
Las reconciliaciones y los “volveres” son parte del círculo de la violencia que es la trampa psicológica para la mujer, donde múltiples fuerzas invisibles desde la moralina patriarcal ajustan las correas de la camisa de fuerza que es el nuevo compromiso para volver, cada retorno no es otra cosa que una vuelta de tuerca a la prensa que oprime a la mujer, cada perdón, nueva oportunidad, reconciliación lo que hace es menguar el asimétrico poder que tiene la mujer respecto del hombre.
Para resistir a las trampas de volver, la mujer tiene que construir su autonomía, enfrentando a la sociedad patriarcal que jamás brinda las condiciones necesarias, por eso a las mujeres nos toca entender que construir nuestra autonomía tiene que ver con desactivar la conexión dependiente con el hombre y del deber exclusivo de cuidado de otros. Mientras más fusión se tiene con el hombre, más amenazante es la soledad y más fuerte la tentación de volver a cualquier costo.
Necesitamos la soledad para la introspección, para pensar en una misma, requerimos el ocio para aligerar nuestro espíritu y desintoxicar de machismo la mente, precisamos del silencio para poner en tela de duda muchas cosas que nos dicen y para examinar las creencias.
Desde el feminismo no proponemos una psicología del rompimiento y de la intolerancia como un imperativo, sino una gestión de ideas, sentires desde la racionalidad, la igualdad y la autonomía de forma honesta, clara y responsable.
Darse un tiempo es una medida saludable, recuerda cual es tu esencia, siendo fiel a ti misma, construye un mundo donde lo más importante seas tú, y si en algún momento dudas y no sabes que camino escoger, elige sabiamente y elígete a ti…