Pensar en ¿Quién soy? no es una preocupación de quienes se inclinan a la filosofía, pues continuamente, sin decirlo, muchas personas tienen en mente aquella inquietud cuando entran en contacto social y tratan de deducir cómo les ven otras personas y si son percibidos de acuerdo con su autoconcepto.
Lo que creemos y lo que sabemos de nosotros en gran parte viene dado por las experiencias cotidianas que nos dan calificaciones valorativas que se decantan al final, en la autoestima. El autoconcepto (quien soy) y la autoestima (mi valor) no son productos netamente subjetivos, pues mucho tienen que ver las respuestas de los demás frente a nuestras acciones y logros.
Hay una perspectiva real pero desconocida para muchos, que hace que sea importante detenernos a pensar estos asuntos. El autoconcepto y la autoestima tiene una doble correspondencia con lo que otras personas piensan de alguien: son relaciones de doble vía, ya que según lo que alguien crea que las otras personas piensan de sí, esa creencia podría condicionar sus actitudes y conductas a manera de una profecía autocumplida, como es el caso de quien asume que las otras personas piensan que es poco agradable y ante el peso de esta creencia se comporta de una manera defensiva, hostil, pedante, que confirma la creencia.
Para salvedad nuestra, hay que recordar que cada unx sabe de sí mismx muchas cosas que los demás desconocen: sus motivos, intereses, sentimientos, etc. por eso no deberíamos dejar que nos afecte gravemente lo que otros piensen de nosotrxs, hay que evitar que la opinión de los otros se haga omnipotente. Al mismo tiempo, para comprender a quienes les abruma el peso de la opinión de los demás, debemos tomar en cuenta que estamos en una sociedad en la cual todo está fluyendo y los sólidos culturales al parecer son como los glaciares que han entrado en la recta final hacia el colapso. Si ya nada tiene un espíritu imperecedero el ¿Quién soy? y el ¿Cuánto valgo? estarán supeditados también incesantes cambios de opinión dependiendo de la perspectiva o del lugar.
Ha quedado atrás el mundo de la fijeza, el de de las sociedades donde las parejas duraban cincuenta años, aquel ideal de jubilarse en la misma empresa en donde fue su primer trabajo o residir en la misma casa tras la hipoteca de treinta años y hasta vivir en el mismo país se cuestiona como un anacronismo. Todos los absolutos y sólidos han sido juzgados y condenados a muerte.
La postmodernidad es consumo y es transitoriedad de todo y de todxs, es la incesante renovación y cada vez estamos tratando de producir “la mejor versión” nuestra. Estar en un mundo de esta naturaleza, infinitamente amplio y cambiante, al alcance de todos, a solo unos clics de distancia-espera de lo que nos retroalimenta ¿nos llevará a un ser y a un autoconcepto igualmente cambiante? ¿Adaptable a todas las circunstancias y transigible ante toda demanda?
El autoconcepto y la valoración son un reflejo de la persona en la sociedad, pero si lo interpersonal y lo virtual han coincidido en lo fluido, de hecho el ¿quién soy? también podría fluir sin que a nadie le importe y más bien estamos ante la señal de salida para una carrera desenfrenada con muchos rostros, definiciones y valoraciones acomodaticias a las circunstancias, de tal manera que convivan en perfecta armonía el profesional de alto rendimiento, el porno voyeur en las redes y el gentleman de Tinder, todos en uno, cada ente con su propio autoconcepto y autoestima bajo una misma piel.
El camino de la autoestima refleja el concepto que tenemos de nosotrxs, es el punto de partida cuando nos evaluamos. Si tenemos que definirnos en tres palabras ¿Cuáles serían? ¿Cómo te hacen sentir? Date permiso de revelar como te sientes y como va el musculo de la autoestima.