Es cierto que durante la vida hemos aprendido a escuchar o decir palabras obviando su significado, palabras que al terminar de decirlas se han alienado del contenido. En el fondo lastima esa banalidad en el lenguaje que roza en la doble moral. Llevan mensajes emocionales disimulados, ocultos, cifrados, sutiles, para generar en el otrx interés, curiosidad, deseo, manipulando el buen trato verbal.
Si bien es innegable que el lenguaje emocional es una forma de expresar sentimientos y emociones, a la misma vez que es un canal de conexión con la otra persona ¿qué pasa cuando, en muchas ocasiones, para acercarnos, empatizar, gustar, seducir, se apela a la trivialidad, utilizando una palabra concernida con la relación afectiva, para expresar algo que nada tiene que ver con lo que se siente?
Imagínate que apenas conoces a alguien, y en su discurso empieza a decir: “…te quiero, te amo, me siento especial contigo, eres mi cielo, no soy nada sin ti, te necesito...” usar este tipo de expresiones llegan a distorsionar la realidad, contaminan la efectividad del mensaje, y es precisamente esa falta de argumentos inexplicables la que, a día de hoy fomenta el poder manipulador de la seducción y la búsqueda falaz de reconocimiento de los demás.
El uso persuasivo del lenguaje afectivo forma parte del discurso de la cotidianidad en los vínculos sociales que se mueve en esa delicada frontera entre el maquillaje y la máscara, creando un lenguaje que no es tanto un vehículo de expresión de un sentimiento previo, sino de formación de pensamiento en sí mismo, como un “…decir por decir…”, derivando en lo previsible: letanías más o menos fastidiosas acerca del sinsentido, la futilidad, la superficialidad o la banalidad de los afectos, que florecen no solo en el fértil panorama de las relaciones sociales sino también con la propia relación que tenemos con nosotrxs mismxs, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe.
Generamos expectativas en una obra de ficción, pero cuando aterrizamos en el mundo real no logramos tener interacciones sanas, no conectamos genuinamente con las personas, caemos en la trampa del discurso vacío, por lo que hay que ser responsables y tomar acción para que las palabras fluyan desde el legítimo interés, cuestionando las palabras que se sabe que no representan lo son. Conectarse con las emociones y pensamientos reales, permiten entender que es lo que se quiere decir y se da un espacio de existir, la conversación honesta consigo mismo, concede crear relaciones fuertes y valiosas que surjan de un lugar de afecto, no de carencia,
En la competitiva sociedad moderna es primordial que las personas posean la aptitud de identificar cómo y cuándo se debe emplear una u otra forma de lenguaje, asimismo, en que contexto usa ciertas palabras y restringe o degradan otras, lo que resulta imprescindible desde el punto de vista de las relaciones sociales y en los distintos ámbitos, como los familiares, laborales, educativos, etc., porque cada uno de ellos demanda un trato diferente.
Sería bueno tener un sentido de responsabilidad y de trascendencia personal, desde la libertad y seguridad. Haz de ti una relación importante.