Estamos en pleno carnaval, fiesta casi global, hoy opacada por la pandemia del covid-19. El carnaval ha resistido todas las contingencias derivadas de la inconsecuencia humana: coloniajes, guerras, revoluciones, crisis económicas. No lo han frenado los sistemas económico políticos ni los gobiernos tiránicos, podría en alguna ocasión quedado latente, pero siempre el carnaval tendrá sus días de paroxística vigencia porque es una celebración concentrada que escondiendo su esencia pagana trastoca ciertas normativas morales al liberar el reprimido espíritu dionisíaco y además en los países andinos, nos vincula con la naturaleza profunda del cosmos y del planeta.
Las raíces obscuras del carnaval estarían en Grecia y Roma imperial, incluso en el antiguo Egipto, donde las poblaciones esperaban ávidas los días en los cuales los placeres orgánicos del sexo, la bebida y la comida tenían licencia para los excesos, pero previendo la vuelta a la calma y a la moral anodina, el uso de máscara y el disfraz se hace indispensable para proteger la identidad de los que se entregaron a los actos lúbricos con cualquiera. En los carnavales del medioevo a la par de las orgiásticas diversiones llovían huevos con agua perfumada que limpiaban lo pecaminoso, por ello hasta ahora en algunos lugares el agua es un elemento más de la diversión.
Hoy, vivimos en un mundo tecnológicamente versátil y de infinita oferta de placeres, que hace posible un carnaval en cualquier día y hora, solo es necesario dinero y teléfono, se puede comprar-vender lo que los apetitos sensuales y sexuales exijan, comida, drogas y cuerpos. La máscara ya no tiene sentido en el sistema de mercado donde transgresión es la norma y la moral se edita por interés de clase y sexo, no se requiere el anonimato sobre todo para el ilimitado hedonismo del cuerpo porque no hay lazos significativos ni compromisos duraderos con nadie, parecería que rige un acuerdo de adhesión de que todas las relaciones son de inmediata caducidad sin cláusula de reproche, por esto los rituales de limpieza luego de los excesos, ahora son argumentativos, estirando la moral a conveniencia para salir libres de cualquier inoportuno sentimiento de culpa.
El carnaval en el altiplano andino también es fiesta, música, canto, baile, agua, flores y frutos, es celebración del sol y del florecimiento de las plantas; está superpuesto al Pawkar Raymi y son los ceremoniales de la otra humanidad, la que está vinculada al cosmos y a la tierra, la humanidad de la vida sencilla, pero con significado; la de las personas que han privilegiado lo colectivo al egocentrismo capitalista, fiesta de los que prefieren trascender en la pertenencia y el amor al prójimo antes que en el vértigo de sus placeres.