La caza de brujas en los siglos XVI – XVII y posteriormente surgió en un momento histórico único, en el cual se estaba llevando a cabo un ajuste en todos los ámbitos, las ideologías se estaban acoplando a este cambio de paradigma, reacomodando las estructuras sociales, políticas y económicas.
A lo largo de la historia, la imaginería misógina fue facultando nuevos nombres para las rebeldes, desertoras de su clase, hacedoras de labores vedadas: fueron desde la tradición greco-romana sirenas, hechiceras, arpías en la antigüedad clásica y fueron tomando nuevas formas de alteridad con el advenimiento del cristianismo. Desde el Génesis, la figura de la mujer encarna la metáfora del pecado, porque según los exégetas de las santas escrituras, estaban naturalmente inclinadas al mismo, impidiendo a la humanidad el derecho al paraíso.
En lo que respecta a la asociación de brujas y mujeres, hay dos razones vinculares. Por un lado, las hechiceras que desempeñaban diversas labores: parteras, nodrizas, curanderas, perfumistas, cocineras, habían desarrollado conocimientos que les eran propios, y por otra parte se estaba instaurando el sistema capitalista, por lo que fue un ataque a la resistencia que las mujeres opusieron a la difusión de las relaciones entre el dinero y al poder, distinto al que ellas habían obtenido en virtud de su sexualidad de generoso placer, su control sobre la reproducción y su capacidad de curar.
Hay versiones que aducen que la primera ley de brujería surge cuando el sistema feudal empieza a derrumbarse y los nobles ven peligrar sus tierras o privilegios, por lo que intentan conservarlo “a toda costa”, tanto así que cualquier propiedad de una persona que se relacione con las brujas, pasaría a las manos del señor feudal. Las personas que iban con las brujas, que usaban plantas, ponían comida al bosque, que era una superstición propia del folklore, podían ser denunciados. La cuestión sería no engancharse en los discursos religiosos cargados de ideología y vacíos de una narración histórica alternativa, que lleva a perder todo el folklore brujeril que aún vive en la sabiduría popular las naciones, pueblos y comunidades.
Todavía, cualquier mujer que tuviera un comportamiento que incomodara a la moral establecida o pusiera la cara ante el poder patriarcal podía ser tachada de bruja y perseguida como tal: la amante o la esposa de las que te querías librar, la viuda con propiedades ambicionadas por los familiares-vecinos, mujeres sin hijos, sin maridos, mujeres de libre sexualidad, en definitiva, mujeres que desafían y resisten las normas de los hombres, etc.
Tras quedar el guion en la historia y las hogueras quemando eternamente a nuestras abuelas, todo lo transcurrido puede servirnos para entender el pasado y leer el presente. La figura arquetípica de la bruja se encarna en la mujer liberada de todas las dominaciones y limitaciones, es un ideal hacia el que tender, muestra el camino por su fuerza, su capacidad indómita de hacer frente todas las reglas.
Particularmente quien es capaz de sanarse a sí misma, sea con hierbas o con su sola experiencia como su forma de inspiración, la que va en un viaje hacia adentro, cuestionando sus orígenes y rescatando su historia, la que sabe que todas las personas en algún momento de sus vidas se encuentran heridas, rotas y usa la sabiduría ancestral de la intuición para juntar todas sus partes, con consciencia y en la libertad desde el interior para seguir adelante, peleando sus propias batallas, haciendo más valiosa su experiencia de vida, sin que la soledad le estremezca, con una visión completa, sencillamente es una bruja.
¿Te atreverías a ser la bruja de tu propia historia? ¿y si el fuego en verdad resulta purificador, irías a las hogueras de la crítica de los hombres y mujeres que te sentencian por ser bruja?