Terminará el 2020 en pocos días y comentar la crisis pandémica como el hecho histórico del año será lo común en los medios desde cuya altura se prodigan los mensajes que las personas asumen y se apropian casi como una liturgia del pensamiento, y no es que se le reste importancia a este dramático azote mundial sino que volver a repasar el relato de lo sanitario y los miles de millones de dólares perdidos, parece instrumentado para invisibilizar la condición que ha permitido la mortandad por falta de espacios idóneos en los hospitales, los millones de infectados sin adecuado tratamiento paliativo y la catástrofe económica para millones de seres humanos. Esa condición es el neoliberalismo que, como teoría y práctica, propone una forma de vida ciudadana enfocada en el mercado y un Estado que garantice ganancias a las empresas, desentendiéndose de las personas; es un contexto etéreo y generalizada no percibido a cabalidad por muchas personas, pese a que de éste derivan las circunstancias macrosociales que predisponen a la violencia.
La igualdad de las personas no es asunto de preocupación del sistema neoliberal y a la democracia tampoco le otorga un valor fundamental, sin embargo, democracia e igualdad son indispensables para salvar la vida de miles de mujeres que morirán por la violencia machista.
No es redundante reflexionar estos temas, porque cerrando el año nada ha variado en favor de la mujer. La pandemia y el confinamiento han hecho más notorias las diversas formas de violencia que sufren las mujeres por la discriminación: las mujeres son el porcentaje mayor de la fuerza laboral que enfrenta la crisis sanitaria, son médicas, enfermeras, auxiliares y personal de limpieza en los hospitales que llegan a casa para cumplir otra jornada de trabajo con los hijos, esposo y la serie de “responsabilidades” asignadas, igual sobrecarga han tenido las mujeres que desde casa han estado desempeñándose en el trabajo virtual y las tareas de cuidado. Muchas mujeres que se quedaron en cuarentena han sufrido violencia psicológica, física y sexual al permanecer junto al hombre agresor y sin posibilidades de escapar o pedir ayuda en un mundo que se paralizó absorto varias semanas.
No hay información clara aun sobre las consecuencias para las mujeres confinadas, por la dificultad que tuvieron para acceder a métodos anticonceptivos y atenciones médicas de su salud sexual y reproductiva, como infecciones y abortos consecuentes a la exigencia sexual del varón. Está por verse además cómo el empobrecimiento de las familias por la parálisis productiva afectará principalmente a las mujeres no solo por la brecha salarial sexista que las explota feminizando la pobreza, sino por el monopolio masculino del patrimonio familiar.
La tradicional desigualdad que provoca estas violencias, ha sido exacerbada por la crisis del coronavirus y si bien en la justicia se expone como casos singulares a mujeres y hombres, la causalidad criminogénica no tiene como principio y fin en ellos como diada en conflicto, por eso es necesario denunciar al orden de política económica imperante y una vez más, poner en evidencia que éste y el patriarcado son un todo que funciona creando, sosteniendo y legitimando las graves asimetrías. Las desigualdades en el hogar son un decantado de la discrepancia global y el logro del bienestar psicológico también pasa por el entendimiento que más allá de nuestros desempeños conscientes, somos parte de un sistema con varios niveles concéntricos de interinfluencia que se cataliza por el dominio alienante de medios y redes electrónicas que nos confunden con propaganda y hasta nos llevan a asumir que las cosas que nos suceden responden a nuestra incapacidad de triunfar.
La lucha de las mujeres discurre por la búsqueda de la igualdad y ante la inmensidad del orden mundial hay que insistir que siendo un sistema interactuante en el cual estamos inmersos todos, podremos desde lo personal ir produciendo cambios que se irradien a la periferia, habrá siempre batallas perdidas y dolorosas derrotas ante un patriarcado que se defiende con todas sus armas.
La reflexión, la meditación trascendente, la palabra y la acción solidaria-circular son los materiales con que estamos construyendo una nueva y posible civilización libre y fraterna.