LA PRESENTE MUERTE

La muerte, hecho inherente a la vida, es el momento temido por muchas culturas a lo largo del curso evolutivo de la civilización. Su misterio (producto de la ignorancia y el miedo) quedó ligado a múltiples ideas religiosas, las cuales utilizan el temor que genera con el fin de afianzar sus dogmas de fe.

La muerte es una posibilidad siempre contemporánea en la existencia humana, y esta idea acompaña toda la vida de la persona, por lo que está conexa con todas las otras posibilidades de la vida. En cierto sentido, vivir es el arte de gestionar la muerte, alejar su llegada inminente intentando sortear los peligros que acechan al ser humano. 

Un acontecimiento omnipresente y universal es la muerte porque llega a todos, sin importar rango o lugar y nadie podría escaparse de sus tentáculos, y a pesar de su universalidad, es un acontecimiento destinado a cada quien, un hecho íntimo-personal, una desdicha privada que rompe con la fluidez habitual de la vida.

Según mencionan algunos estéricos, para los que viven, la muerte es un fin, pero no para los que mueren; para éstos, sólo existe lo que no existe. La vivencia de la muerte del otro se experimenta como algo irremediable sobre todo cuando quien muere es un ser partícipe de nuestra vida. Su partida, la percibimos como una desolación de nuestra existencia, como una pérdida de una parte de nosotros mismos, que genera, tristeza, congoja, angustia, y siempre será inoportuna.

La aceptación natural de la muerte no debe estar reservada únicamente a la espiritualidad en cuanto práctica que nos aleje de la angustia, sino al pleno contacto o fusión con la naturaleza, pues no querer morir o resistirse cuando la vida se agota, no es una buena muerte, es necesario conjugar la percepción, aprobación de la vida y de la muerte, siendo indulgentes con nosotrxs mismxs. 

Cada unx, hasta que la vida cese, establece la relación con la muerte con un tejido en el plano más íntimo, a través de la conciencia personal, teñida por la época, las creencias, los conocimientos y en base a ello cada cual vuelve la vista para buscar un sentido a su propia muerte, que será también el sentido de la vida.

Savater decía, conocer la muerte -propia, ajena- implica juntamente descubrir lo que cada cual tiene de único (su vida irrepetible), de aquí para adelante se tendría que estar atentx, para no perder ni un momento, ni un día, ni un instante, acariciar la vida de quienes ama antes de partir.   Por eso, la vida nos importa tanto porque somos ella misma y porque coexistimos de una forma concretísima, única, personal. 

En fin, la vida discurre de prisa, fugaz e intensa como un sueño y cada grano de arena del reloj que tenemos para aprender, para pensar, para amar, apreciar, crecer, es solo el que cada uno se ha permitido atesorar. Quien vive, tiene la propia existencia diseñada a lápiz y recrea el propio destino, minuto a minuto, teniendo la conciencia propia de ser todo, y al final posiblemente sea el momento de enterarse de la diferencia entre vivir y existir.

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