PALABRAS, SILENCIOS Y LÁGRIMAS

El incesto está instalado en el repertorio de las conductas más aberrantes que un hombre puede protagonizar en perjuicio de sus hijas, es una transgresión que a través de la historia y las culturas ha tenido distintos relatos explicativos y valoraciones morales que se irradian hacia el ámbito de lo legal y la justicia. Las relaciones sexuales entre padres e hijas, hermanos y hermanas, abuelos y nietas, están presentes en la biblia y en la teogonía, Lot fue engañosamente emborrachado por su hijas por la necesidad de tener descendencia; Zeus, el dios fundador toma a su hermana Deméter diosa de la fecundidad de la tierra y con ella procrea a Perséfone quien cuando salía del inframundo hacía reverdecer la tierra y Edipo de Tebas tras matar al padre, desposa a su madre quien luego de conocer que se trata de su hijo se suicida. 

En el mundo actual hay legislaciones que castigan el incesto, otras no lo hacen; hay las que no lo sancionan, pero regulan el matrimonio entre consanguíneos, y en ciertos países existe incluso pena de muerte. La capacidad de consentir esta relación sexual, que es la parte central de la norma, es donde empieza el arduo debate por la defensa del patriarcalismo, así como en la mitología los personajes femeninos no han consentido libremente, las niñas y adolescentes, incluso las mujeres adultas, que mantienen relaciones sexuales con padres, padrastros, tíos, abuelos, hermanos sino están dominadas por la fuerza, consienten bajo el engaño o la necesidad. 

El desequilibrio de poder entre el hombre y la mujer, es la condición que corrompe esta relación porque si el poder está presente, ya no hay libertad para elegir y menos aun cuando se trata de una relación entre un hombre adulto y una niña que está bajo su dependencia. El incesto es un hecho criminal del machismo que con astucia inicia un proceso larvado de apropiación paulatina del cuerpo de una niña hasta llevarla a la ruina emocional tras años de sometimiento que tienen como escenario el hogar y como encubridores o testigos impotentes, al resto de familiares. 

Se trata de una trampa psicológica en donde el hombre manipula solapadamente los sentimientos de amor de la niña, usándolo en su beneficio el rol atribuido y sacando provecho de su condición de proveedor de la familia. Por lo general el agresor es un individuo que siente profundamente su inadecuación sexual y busca compensar su inseguridad y minusvalía primero con la violencia que ejerce sobre su pareja coetánea y paralelamente, con fantasías de poder y eficiencia de macho a través de lo que hace perversamente con su hija, hijastra, nieta, etc.

 Lejos está de sentir culpa porque el acto es consciente, pensado con una lógica arbitraria que le justifica; es planificado y reforzado por la gratificación sentida, además la muy frecuente complicidad sosegado de la madre de la niña agranda su sentido de domino. La trampa psicológica en la que ha caído la niña se constituye por la forma particular de valorar lo que sucede porque cree que son actos apropiados en su relación con el adulto, además, como recibe constante atención y beneficios del abusador, ella se  siente en un lugar adulto y con más importancia que los hermanos menores, por eso niega y objeta muchas veces, cualquier alarma que pudiera activarse; en este sentido la víctima asume una corresponsabilidad que es alimentada inicuamente por el agresor.

La inercia del incesto se afecta cuando el hombre en su afán de controlar la conducta de la adolescente ejerce presión y vigilancia sobre ella para limitarla en el contacto social y evitar a toda costa que hable con personas ajenas a la familia o cuando resulta embarazada y el asunto se revela.

 El secreto de familia se quiebra por la crisis y nadie saldrá indemne de esta experiencia. Quedarán expuestos todos los que supieron, callaron y no habrá posibilidades reales de que dicha familia pueda seguir adelante. El horror es desvelado en un relato que se teje con palabras, silencios y lágrimas.

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