EL BIG DATA DE TU VIDA

En muchos lugares, el relanzamiento de la sociedad con distanciamiento social ha exigido que quienes resistían a la digitalización de las relaciones comerciales o de los trámites administrativos terminen muy a regañadientes, mostrando su conformidad con el nuevo orden relacional. 

En momentos en que las clases de escuelas se hacen a través de plataformas sincrónicas, que charlas amenas fluyen por zoom, hay un mercado libre a través de WhatsApp, los servicios públicos y privados se contratan mediante asesores virtuales que llegan por el teléfono y el ordenador. 

Hay quienes sostienen que lo que era excepcional hace unos meses, hoy es lo usual, y que lo que antes nos causaba desconfianza por la falta de destrezas informáticas, ahora es casi natural, aseveración que solo refleja una media verdad ya que la sociedad desde hace un par de décadas está cada vez más influida por los medios electrónicos que permiten navegar en la internet. Al parecer no existe un segmento poblacional entero, habrá excepciones por supuesto, de personas que no accedan a estos medios, pero al menos en los centros urbanos casi nadie está fuera del big data en donde se almacenan detalles que van desde la filiación, hasta los consumos, pasando por los estados financieros, datos de salud, y si bien esta es una poderosa herramienta para el desarrollo, la proyección acelerada hacia el futuro, también es una sombra sobre la privacidad. 

Hace años se hablaba del efecto pecera que hace referencia a la ilusión de vivir en un ambiente privado, sin ser conscientes que estamos todo el tiempo tras el cristal, expuestos a muchos ojos, porque singularmente somos conjuntos de datos que interesan a alguien, por tanto, somos datos comercializables.

Si bien el almacenaje de datos facilita el funcionamiento de la sociedad y la resolución de muchas necesidades de las personas, el big data también se está alimentando vorazmente de todo lo que posteamos, subimos y bajamos en las redes sociales, de cada palabra digitada en el navegador, de cada link seguido, cada hashtag y cada click vienen a constituirse hitos biográficos en permanente exposición. 

La finitud de la vida humana ha sido superada, podremos ser reconstruidos a partir de los datos digitales que han eternizado la voz, la imagen, el pensamiento, el deseo y la emoción. La vida eterna que ansiamos y que filosóficamente solo era posible en la memoria de quienes recibieron nuestras buenas obras, hoy es viable en el mundo digital, con la diferencia que la memoria humana construye un relato con afección del ánimo y en cada evocación el recuerdo es fresco porque se narra con amor o con pasión. 

La vida eterna en el panteón digital no es un relato, es una colección de entradas y salidas, de hechos a través de un teclado, no explican nada del internauta y sus motivaciones, solo muestran cuando más, interacciones sin un contexto. El blogueo quizá explique algo de nuestro pensamiento, pero su brevedad por cupo de caracteres, alimenta la falacia de que la vida solo transcurre por instantes sin articulación con el pasado, mucho menos con los otros, que, si la fugacidad es la norma para el deseo y el afecto, todo, incluso las relaciones personales, deben ir a la papelera de reciclaje a engrosar nuestra huella de datos. 

El hashtag que nos promociona en el mundo virtual, también es un grillete electrónico como lo son las fotos y videos que nunca debimos haber cargado buscando aprobación y los videos que hicimos en Tiktok haciendo del hogar la pecera. Mujeres y hombres, estamos camino a ser versiones digitales incompletas, digitalizando una historia alienada de nuestra esencia, impulsados por un poder velado que nos empuja a una constante interacción a través de las redes y a exponer nuestro cuerpo de forma voluntaria. No es un poder que coacciona sino un poder sagaz que nos estimula a usar la libertad de ofrecernos como objetos de consumo, desconectándonos de los otros, desconociendo la alteridad y sin relación con la naturaleza, esto debemos denunciarlo y estar conscientes también que el control está en nuestras manos, que podemos hacer un uso inteligente de medios y redes para ser un aporte para quienes nos siguen y que sus likes no sean un cumplido que debemos corresponder, sino sentidas gratitudes por la palabra y el sentimiento que podemos transmitir. Si lo generalizado en las redes es deslumbrar, lo correcto es iluminar.

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