Tras el pare total durante varias semanas consecutivas y un reinicio lento de la sociedad, estamos a la espera de la luz verde para echarnos andar en la normalidad sociopandémica que tendrá mucho de lo acostumbrado, sobre todo en volver al régimen frenético que le ponemos a nuestros desempeños, sean aquellos económico-productivos o los placenteros, ambos, matizados por la urgencia a la que nos acostumbra el sistema de consumo que a todo torna impostergable, que nos dice que hay que hacerlo ya, que hay que tomarlo ahora, porque si se lo aplaza se pierde, que si se tarda en decidir, se va.
Vamos dejando atrás una época extraña del tiempo densificado que dejó de fluir al ritmo de siempre, nos sorprendimos viéndonos estancados y con muchas horas en blanco, tanto y de tal manera que hasta para el ocio tuvimos tiempo de sobra y se trastocaron todos los órdenes establecidos, además, experimentamos que lo no programado no solo sorprende sino que desconcierta el diario desenvolvimiento, que la vida inestructurada nos angustia porque nos delega la total libertad, algo que no estaba en nuestro modo usual en el que somos por propia voluntad, piezas de un sistema inapelable de producción y búsqueda de la eficiencia que nos dicta tiempos y movimientos sin que nos demos cuenta que nos sometimos a esa coacción neoliberal, que nos ha convencido que todo el tiempo podemos producir y sobre todo consumir explotando la libertad de nuestras emociones.
La transición entre el tiempo detenido y la actualización de nuestras acostumbradas urgencias podría suponer un relanzamiento delirante del trabajo para recuperar la economía y el tiempo “perdido” implicando un riesgo para nuestra salud emocional que de alguna manera venía ya siendo socavada por el modo de vida que el mercado propone, y al cual nos sometemos con un ilusorio sentido de libertad y dominio. Volveremos a religarnos con la sociedad del alto rendimiento que nos lleva del gimnasio al trabajo, de la oficina a la casa con tarea pendiente, de la casa al supermercado y con el teléfono que no cesa de vibrar redireccionando nuestras decisiones.
Quedó claro que no logramos capitalizar a nuestro favor todo el saldo cronológico de la para pandémica, porque no teníamos en nuestro imaginario una referencia semejante ni estaba algo así enlistado en las probabilidades de lo negativo, pero ya vivida la experiencia, es indispensable aprender a establecer alianzas con el tiempo para no caer nuevamente en el vértigo y eso se puede lograr haciendo algunas cosas como romper la dinámica del multitask, negociar con los y las de alrededor las tareas de cuidado en la familia, organizando una agenda de actividades sin dejar de anotar en ella el tiempo necesario para los espacios de contemplación interna en donde si es factible la libertad real de nuestras emociones y, sobre todo, ir tachando algunas cosas que a las mujeres se nos ha delegado en exclusiva, para gener el bienestar de otros.
Así como el director frena o acelera el ritmo de la orquesta en un concierto, debemos tomar el control de nuestros tiempos y no esperar que una contingencia de la naturaleza lo haga para en ese momento tratar de sacar algún provecho, y el ejemplo está en la historia, las generaciones anteriores, huérfanas de la tecnología y del consumismo vivían una vida frugal, manejaban el tiempo con una regla dividida en tres partes iguales: una para el trabajo, otra para el estudio y una tercera para descansar. Si ellos podían manejar el tiempo con verdadera libertad, nosotras también lo podemos hacer revirtiendo las lógicas de la parte oscura del poshumanismo. Apagar el celular y el ordenador y dedicar ese tiempo a pasear por nuestro interior; desentrañar el engaño en la propaganda, y desbrozar la maleza mental que han sembrado en nuestra conciencia los gurúes del éxito y el emprendimiento, son actos de resistencia política al sistema que nos podrían permitir un timing resiliente y ajustado a nuestra esencia.