La contradicción percepción versus la realidad gira en torno a entender que la realidad provoca sensaciones, las cuales son procesadas intelectualmente, desde los filtros medioambientales, culturales hasta los contextualmente inefables filtros digitales, que transforman al estándar de belleza, modificando incluso las propias facciones.
Dicho proceso de información, se convierte en imagen (partiendo de la idea de que una imagen es producto etéreo porque proviene de la imaginación) susceptible de ser interpretada, creando conceptos abstractos de las cosas, desde su función estética por el uso de las máscaras digitales que cambia inclusive lo que realmente se es, al parecer en el mundo moderno lo más importante es parecer y no ser.
Este nuevo estándar de belleza digital, con selfies retocadas a menudo generan una apariencia inalcanzable, disipando la línea entre la realidad y la fantasía. Mucho tiene que ver con la que circula en las redes, que causa daño a la autoestima, sensación de vacío en la intimidad, creando unas expectativas de cómo se debería ser para encajar en ese ideal, instaurando un sentido de competencia, ansiedad e inestabilidad entre las personas.
Exponerse a un estándar ficticio, con la autosatisfacción permanente, y la búsqueda en la red social para la validación, es el caldo de cultivo para pertenecer a una sociedad narcisista, con tendencia a la enajenación de las personas y a la normativización de ciertos criterios sobre la belleza y la diversión. Siendo imperante cuestionarse que es más profundo el vínculo de apego entre los hábitos con los filtros de las redes y la salud mental con un falso escaparate de aceptación social.
Nos ponemos bajo control del panóptico digital del que nos habla Byung Chul Han, en donde nuestro cuerpo es una mercancía en las redes y la libertad o posibilidades de mostrarnos ante un mundo, nos lleva a la obligación de ir hacia una forma arquetípica de cuerpo y rostro, determinada por una estética de consumo.
Puede sonar inocuo el filtro de modificación facial y hasta fácil de controlar, pero una vez que uno ingresa en el bucle de las redes, muchas cosas comienzan a automatizarse, a tomarse como absolutas y hasta compulsivas, sin caer en cuenta que se está inmerso en un círculo vicioso de validación externa, necesitando del otro y sus likes para reforzar la autoestima e identidad, para sentir valía, cuando por sí mismo, con lo que se es, no se tiene una identidad fuerte, segura, positiva.
Los filtros llegaron para reforzar lo que no se reconoce de la propia versión de cada uno, con una realidad tecnológicamente performada, creada o modificada, causando dependencia, y pérdida de la propia identidad, creyendo por un instante que somos lo que estamos creando con el software, argumentando que es solo un juego, fingiendo que no es importante, pero llega la confrontación y el desaliento cuando aparece lo que se es originalmente y en lo que se está editando, generando un sentimiento de vacío, tristeza, autodesprecio cuando nos descubrimos farsantes tras la continua manipulación del registro de la propia realidad buscando hacer trascendente lo común, explotándonos como objeto o mercancía y creemos que nos estamos auto realizando al crear una vida falsa en bytes por la parte de la vida que se exhibe. El único poder que tiene el filtro, es el que tú le das, sería bueno limitar y reprogramar nuestras cabezas.
Intentar hacer un correcto uso de las redes sociales y ser consciente una vez más que todo lo que se ve, no siempre es la realidad, sino un fragmento de ésta, editada, filtrada y tomada de un ángulo que le favorece a la persona, al ambiente o incluso a la vida.
¿Qué comportamientos tenemos frente a los filtros? ¿Qué filtros ponemos en nuestra vida? ¿Te gusta lo ves en el espejo?