LA TERCERA LEY DE NEWTON

Newton fue hijo póstumo, le tocó sentir lo que muchos niños y niñas de familias reconstituidas han vivido: el rechazo de un padrastro mezquino que repudia al hijo de otro hombre. En mitad del siglo XVII, la mamá del niño Isaac se allanó -era puritana obediente- a la voluntad del esposo. Sintió duramente el rechazo del padrastro y el abandono materno. No tenía más diez u once años, y daba fe del odio hacia el piadoso padrastro. Siempre solitario e intolerante hizo notoria su inteligencia y astucia lógica; huérfano de amor, fue un pensador excepcional que a los 51 años tenía notorias manifestaciones de un profundo malestar emocional. 

Al margen de su grandeza científica, Isaac Newton, es el hombre como millones en los cuales la composición dimensional cuerpo-mente-espíritu deriva de un curso biográfico de aprendizajes a través de estímulos y respuestas, con momentos en que las fuerzas que se corresponden, actúan sincronizadas como una llave dentro de la cerradura y ocasionan nuevos hechos. Otras veces, una fuerza causa otra que se le opone directamente con la misma potencia. 

En las relaciones interpersonales la indicada tríada dimensional actúa en directa proporción de la influencia que causa la de otra persona, es así que la noción biológica del cuerpo del otro, es la primera señal que modula nuestra actitud (percibiendo que el otro/a es hombre o mujer, ya nos predisponemos a actuar) y luego en un intercambio complejo, la fuerza mental – espiritual también entran en contacto, provocando reacciones. 

Hay personas cuya conducta se explica meramente por una ley mecánica como la tercera de Newton, porque responden al otro con una fuerza directamente opuesta y de la misma potencia: a una palabra hiriente, responden con análoga hostilidad engarzándose en una díada que escala en agresividad y daños recíprocos sin importar en absoluto su contexto relacional, desconectados totalmente de cualquier factor que module sus reacciones. Son por lo general personas coléricas con una áspera asertividad que creen que si responden con menor potencia les muestra débiles, cualidad que resulta insoportable porque menoscaba su altiva estima personal. 

Personas temperamentales las suelen llamar eufemísticamente, mientras van atropellando a todo quien con ellos discrepa. El absurdo transgresionismo del sistema consumista los enaltece como modelos de personas que decididamente abaten todos los límites que los separa del éxito. El extremo contrario, lo ocupan las personas incapaces de responder con la debida potencia ante una ofensa o un perjuicio y se someten a costa de la dignidad. 

Para hallar el justo intermedio debemos abandonar lo Newtoniano e ir hacia la ética, que permite que la mente y espíritu trasciendan el mecanicismo y nos eleven a planos donde la alteridad, la sororidad y un sentido de igualdad fecunden relaciones interpersonales en la que los conflictos se resuelven dialogando sin crear perdedores humillados ni vencedores arrogantes. Mente y espíritu se manifiestan en la inteligencia emocional para entender los propios sentimientos, hallar su causa, y mesurar las expresiones en el trato interpersonal.  

Nuestro sistema afectivo de emociones, pasiones, sentimientos se construye paulatinamente, es altamente dinámico y de infinita variabilidad, nuestras vivencias causan o por lo menos condicionan, nuestras respuestas, poco podemos hacer respecto de evitar sentirnos afectados por las acciones de otros, agredidos o incluso en riesgo, pero mucho podemos hacer a través del razonamiento para no encender conflictos. Sabemos que una palabra hiriente podría causar una pelea, y tenemos la capacidad de evitar esta reacción mecánica que tanto mal ha hecho a la humanidad. No es cuestión de mostrar impávidos la otra mejilla, nadie nos exige una tolerancia insensata, pero podemos aprender a utilizar un asertividad prudente, filtrada por la bondad. 

Mucho se sabe del Newton sabio, poco del hombre en cuya vida estuvieron vigentes las relaciones mecánicas abandono-ira, desamor-incapacidad de amar, soledad-enajenación final, su vida espiritual es un ejemplo de su tercera ley: a cada acción siempre se opone una reacción igual, pero en el sentido contrario.

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