LA PALABRA

El rigor de Bauman para referir las relaciones humanas nos enrostra con la descripción de la persona que nuestros antecesores inculcaban repudiar, por contraste, nos invitaban a aprender y practicar el valor de la transparencia y la seriedad de los compromisos, pero sucede que desde un tiempo a esta parte y mirando que es tan común el despojarse de los acuerdos, ya casi no asombra la disposición masiva y pandémica –permítanme el término de moda– de acelerarlo todo para estrenar continuamente emociones y placeres, usando a las personas como objetos descartables, esgrimiendo argumentos egocéntricos que excluyen al otro o le recuerdan con cinismo ciertas “reglas” que convinieron, las cuales suele ocurrir, quizá las pasaron por alto como a la letra diminuta de las cláusulas de los contratos de adhesión, que no se leen por la alegría de adquirir el compromiso.  

Negar el constante cambio sería necio, pero apelar a esta ley para justificar la superficialidad y volubilidad, es criticable. Pero son los tiempos que corren: está herida, casi de muerte, la palabra. 

La palabra a la que nos referimos es la del compromiso, la de la consecuencia con el otro, la que expresa un sentimiento para empezar una relación en o en su transcurso. Esta es la palabra que debería revalorizarse porque hoy es malbaratada y usada como anzuelo para la pesca provechosa.

Los humanos somos producto del trabajo y de la palabra sostienen los materialistas y verdad no les falta porque la palabra construye la civilización y es tan poderosa que puede crear un mundo personal, siembra de esperanzas el alma desolada, pero también siega feroz las ilusiones, la palabra salva al errático, alivia al doliente, y en un segundo también destruye una vida. Una vez dichas, ya no se las puede recoger por eso hay que sopesar lo que vamos a decir y en lo que nos vamos a comprometer, mirando a nuestro interior tendremos la certeza de la sinceridad sustancial que será expresada.     

En la sociedad actual, tanto fluye todo y por todo, que quizá dejarán de existir reclamos ni perplejidades cuando la muerte llegue a ciertas relaciones en las que las palabras banales y la frivolidad fueron ensambladas en complicidades silentes que dejan auténticas víctimas provocadoras.

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